jueves, mayo 26, 2016

Garcilaso de la Vega: Soneto XX





Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.

El mal es que me quedan los cuidados
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamientos
en todos mis sentidos bien echados.

Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;

antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida

ataje la largueza del camino.

miércoles, mayo 25, 2016

Leopoldo Marechal: Descubrimiento de la Patria

     
 1

Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:
“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los apisonadores de adoquines
me clavaron sus ojos de ultramar;
y luego devoraron su pan y su cebolla
y en seguida volvieron al ritmo del pisón.

                2

¿Con qué derecho definía yo la Patria,
bajo un cielo en pañales
y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores de adoquines
escupieron la palma de sus manos:
en sus ojos de allende se borraba una costa
y en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan como el otoño: repletos de semilla,
vestidos de hoja muerta.”
Yo venía del sur en caballos e idilios:
“La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.

                3

Una lanza española y un cordaje francés
riman este poema de mi sangre:
yo también soy un hijo del otoño,
que llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en el Sur y en su empresa de toros
un cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con el desvelo puro del cordaje
yo descubrí la Patria y su inocencia.

                4

La Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza;
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)

                5

La Patria era un retozo de niñez
en el Sur aventado, en la llanura
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las yerras:
¡estampaba su risa en los novillos!
O junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas).

                6

Yo vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de las tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña, y trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con los pechos no brotados aún.

                7

Por eso desbordé yo mi copa de tierra
y un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por eso no he logrado todavía
sacarme de los hombros este collar de frutas,
ni poner en olvido aquel piafante
cinturón de caballos
ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.

                8

Guardosos de semilla,
vestidos de hoja muerta,
los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
“La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El temor de la Patria y su niñez
me atravesó encostado (la cicatriz me dura).

                9

Tal fue la enunciación, el derecho y la pena
que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y así les hablé yo a los inventores
de la ciudad plantada junto al Río,
y a sus ensimismados arquitectos,
o a sus frutales hombres de negocio:
“La Patria es un dolor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca.
No dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya ell sueño de los bueyes.”
(Los apisonadores de adoquines
masticaban su pan y su cebolla.)

                10

Y así les hablé yo a los albañiles:
“La Patria es un peligro que florece.
Niña y tentada por su hermoso viento,
necesario es vestirla con metales de guerra
y calzarla de acero para el baile
del laurel y la muerte”.
(Los albañiles, desde sus andamios
hacían descender cautelosas plomadas).

                11

Y dije todavía en la Ciudad,
bajo el caliente sol de los herreros:
“No solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de barro, su frente de hormigón:
es de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclón de los dioses.
La Patria debe ser una provincia
de la tierra y del cielo”.

                12

Me clavaron sus ojos en ausencia
los amontonadores de ladrillos.
Los abismados hombres de negocio
medían en pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis palabras, y era justo:
yo venía del Sur en caballos y églogas.

                13

Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
no es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte y la de todos
los herreros que truenan junto al río”.

                14

La Patria no ha de ser para nosotros
una madre de pechos reventones;
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.

                15

Yo la vi talonear los caballos australes,
niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.

                16

Por eso, nunca más hablaré de la

Patria.

lunes, mayo 23, 2016

Noemí Ulla: Bailarina de tres brazos y El amigo de las palomas...

Con tres brazos la mujer bailaba. Dos se extendían para el lado izquierdo y el otro, quedaba solito del lado derecho. Se movía con agilidad y mucha gracia. Cuando llegó hasta mí pude ver que uno de los brazos de la izquierda no se articulaba; era de madera, fino como palo de escoba, pero ella lo movía con el otro desde el hombro y así daba la ilusión de que eran gemelos. En la cabeza llevaba unos velos que caían sobre la espalda y los hombros. Con seguridad que la cascada de esas gasas trastornaban la visión del brazo muerto y le prestaban movimiento.
Mi padre dijo con autoridad: No mires. Pero ya era tarde, había visto todo lo que mi padre no quería que viera. A su lado mi madre sonreía diciéndole que me dejara mirar y que así entendería. ¿Qué debía entender? me pregunté en silencio para no turbar el momento de fragilidad del diálogo de mis padres, en que él terminaba por admitir y ella por restarle importancia al espectáculo. ¿Y qué? —agregó mi madre—, no es más que un brazo de madera.
Y ahí se detuvo. Ella conocía todas las reglas del silencio, conocía el valor de la pausa para que mi padre midiera las palabras que ella decía mientras sus ojos verdes vagaban distraídos por la penumbra del circo. No había espectáculo de circo que papá no viera con toda la familia. Solía decirnos a los más chiquitos que en su infancia no lo habían llevado al circo y entonces, disfrutaba con nosotros de ver elefantes y damas chinas, la flor azteca y el juego de los cuchillos. A veces se volvía grande como con la mujer de los tres brazos y pensaba demasiado en nosotros, pero por suerte estaba ahí mamá para recordarle la infancia.
Cuando salimos del circo el parque se había poblado de personas y de sombras que debíamos atravesar. Era raro andar de noche por el parque, el que de día conocía tan bien por el andar de los cisnes y los patos del lago; se me ocurrió que se trataría de otro parque en otro lugar del mundo. Pregunté si estábamos lejos de casa para atender a la voz de mamá diciéndome “sí” e imaginar entonces que si me llegaba a perder en medio de los árboles ellos estarían a mi lado para salvarme. Después me dio por pensar que mi hermana mayor se las ingeniaría para tener tres brazos, ella siempre estaba inventando cosas que maravillaban a todos y yo no podía hacer más que quedarme en éxtasis viendo cómo sabía hacer los juegos más raros del mundo. Los altos faroles del veredón iluminaron de pronto unas caras conocidas a quienes mis padres saludaron con amabilidad, diciéndome que yo también debía saludar a los antiguos vecinos de la calle Catamarca. Saludé cuando ya habían pasado, saludé al aire y a los cisnes que se estarían deslizando ondulantes por el agua del lago. Pensé en el río y en los veleros que surcaban el agua dejándole dos colitas enruladas de ángulo agudo. Papá me preguntó si me habían gustado los números del circo y vi que le guiñaba un ojo a mamá, seguramente por el miedo que me habían dado los leones.
En el coche, sentada solita en el asiento de atrás, porque mis hermanos no habían querido ir al circo y ya tenían otros gustos, conversé con la mujer de los tres brazos. Le pregunté por qué le gustaba su brazo de palo y le conté las cosas que hacía mi hermana mayor. Mi padre, como siempre ocurría, me preguntó si estaba hablando sola otra vez. Ellos no podían verle el brazo de palo, ni ese brazo ni los otros ni a ella con sus largos velos, y me resultaba difícil decirles que ella estaba sentada en el coche conmigo, y que hablábamos, y que, como a mí, le daban cierta impresión los árboles del parque por la noche. Por fin comprendí que ella, tanto como yo, deseaba llegar a su casa, el circo, y la abandoné mirando cómo cruzaba la espesura.
Esa noche no fue una noche como tantas. Al llegar a casa, mis hermanos miraban televisión con los vecinitos del barrio. Papá se enojó muchísimo y cuando fuimos a la mesa mi hermana mayor le pidió disculpas con toda seriedad, mientras movía tres brazos como yo le había contado que hacía la mujer del circo. Papá quiso demostrar que estaba disgustado, pero muy pronto soltó la risa y se volvió a iluminar la noche.


El amigo de las palomas
 
Una mañana, al cruzar la calle Tucumán de espaldas a los Tribunales, encontré el nombre del paseo que tantas veces había recorrido sin descubrirlo. Las enormes letras del cartel anunciaban: Paseo Dr. Luciano Florencio Molinas. Pensé en mis lejanos compañeros de facultad, cuando ninguno de nosotros quería hacer la tesis de doctorado por considerarlo burgués y obsoleto. Años habían pasado, pero curiosamente unos días antes había oído decir en una mesa redonda de escritores, que jamás revelaban ni revelarían el título de doctor en los datos de sus libros. Las cosas no habían cambiado demasiado. Por suerte el revoloteo de unas palomas que se asentaron en un espacioso cantero en busca de granos, me sacó de esas reflexiones un tanto progresistas, o “progre” como se decía con dejo burlón en la actualidad. El hombre tomó un puñado de arroz y con firme ademán lanzó el alimento a las impacientes aves domésticas.
—Hace tres años que hago esto —dijo mientras caminaba elevando los brazos en dirección de las palomas y agregó enseguida —primero les traía un cuarto de arroz. Ahora son tres kilos.
Me pareció algo exagerado, y le contesté:
—Ellas lo esperan —pensando que hombre tan singular habría podido llevarles también otros granos de menor costo.
El hombre, siempre afirmado bajo el cartel de mi ilustre conciudadano, el estadista demócrata Dr. Luciano Florencio Molinas que daba nombre al paseo, precisó con seguridad:
—Prefiero más dárselos a ellas que a la gente —y siguió de largo como si yo fuera otra paloma.
Se me dio por seguirlo. ¿Qué vivienda ocuparía el raro personaje, más amigo de las aves que de los hombres? A unas tres cuadras de allí lo vi entrar en un lujoso edificio de Avenida Santa Fe que no coincidía con su modesta apariencia. El encargado no era, ya que estaba limpiando la vereda un muchacho de mediana edad, a quien el amigo de las palomas saludó con reserva. No me atreví a preguntar al conserje de quién se trataba, no tenía el desparpajo ni la habilidad de Columbo y el hombre tampoco parecía dispuesto a la intriga, enfrascado como estaba en fregar la vereda. Pensé que era una anécdota más de la gran ciudad y seguí mi camino.
Horas más tarde debía encontrarme con el hombre que había sido el amor de mi juventud e imaginé cómo me comportaría, ¿como Charlotte Rampling frente a Jean Rochefort en el film que había visto en los últimos días De amor y desencuentro, donde la vacilación entre el amor y el odio acumulados durante tantos años de no verse, creaba en la protagonista una furia absurda, rayana en el patetismo? Decidí distraerme, llegaba la hora de las clases de italiano que debía dar al grupo de estudiantes.

Portami i girasoli ch’io gli trapianti
nel mio terreno bruciato dal salino
e mostri tutto il giorno agli azurri specchianti
del cielo l’ansietà del suo volto gialino.

Escuchábamos decir a Miguel, uno de los estudiantes, en la voz de Eugenio Montale y venían al recuerdo aquellos días de verano en que mi padre volvía del campo trayéndome la hermosa flor, dos girasoles, para ilustrar la clase de botánica con mis compañeras y la maestra de sexto grado.

Tendono a la chiarità le cose oscure,
si esauriscono i corpi in un fluire
di tinte: queste in musiche. Svanire
è dunque la ventura delle venture.

Volvía Montale en la voz de Anita, otra de las lectoras, y cada uno de los estudiantes daba a Montale la entonación particular que le sugería el famoso poema. Lo había llevado Miguel, pidiéndome que lo leyéramos y comentáramos en clase.
El sol iba cayendo con pereza mientras observábamos la tarde sin preocuparnos del calor del verano.
Cuando encontré al amor de mi juventud, sentado a la mesa de la amplia confitería, dejó a un costado el diario de la tarde y me recibió confundido. No fue fácil hablar al principio. Nos mirábamos a los ojos y cada uno de nosotros esperábamos a que el otro iniciara una conversación interrumpida durante muchísimos años. Él fue quien habló primero.
—¿Qué vas a tomar? —dijo con dulzura, y sentí que mil cuchillos herían mi corazón por haberlo defraudado. Apenas esas palabras en apariencia convencionales para lo que nos había reunido de nuevo, me trajo su paz, su estar más allá del mundo que nos rodeaba, siempre lejos de cualquier discordia, tal vez la misma lejanía con que había resuelto apartarse de mí. Para su criterio yo lo había engañado allá lejos en el tiempo, viéndome con un novio anterior durante nuestra primera ruptura.
Hablamos de nuestros hijos, los hijos de cada uno de nosotros, sin que nada turbara los sentimientos. Pero de pronto, como sacando conejos de la galera, él recordó a mi madre y a mis hermanas, en momentos muy precisos que detalló con calma. Después, mucho después, llegaron leves reproches. De ambas partes, y allí, por un instante, se nos quebró la voz y la noche. Sin embargo pude decir lo que quise, mientras él escuchaba con sabia mansedumbre argumentos que ya habían perdido todo sentido. También él dijo cosas inoportunas, pero en un momento me tomó una de las manos y balbuceó: ¡Cuánto tiempo!
Lo miré muy adentro de los ojos negros y afirmé entre el ir y venir de la gente que pasaba a nuestro alrededor: ¡Cuánto te quise! Él sonrió como solía hacerlo cuando estaba feliz, y ya en paz, nos separamos. No quise que me acompañara, solo por verlo irse. Ya habíamos partido nuestras vidas y así debimos aceptarlo. Vi su silueta. Alto, delgado y lento, caminó entre los plátanos y los jacarandaes. No hubo girasoles, tampoco lluvia de arroz para celebrar la unión que no fue. Como a palomo y paloma, nos arrulló la luz de la oscura noche.


*Noemí Ulla. Autora argentina de amplia trayectoria. Sus títulos recientes incluyen los libros de relatos Una lección de amor y otros cuentos (2005), En el agua del río (2007) y Nereidas al desnudo (2010), así como los ensayos Obsesiones de estilo(2004), De las orillas del Plata (2005) y Variaciones rioplatenses (2007). Es Académica de Número de la Academia Argentina de las Letras.

domingo, mayo 22, 2016

Reina Roffé: Despedida a Noemí Ulla

Nos informa la escritora argentina Reina Roffé:

Dolor inmenso. Mi querida y leal amiga de décadas, la magnífica escritora y académica NOEMÍ ULLA, para sus más cercanos, Quita, ha fallecido hoy alrededor de las 8 de la mañana, hora argentina. 
Hemos estado unidas desde siempre, y muy especialmente en estos últimos años, en los que fue un gran apoyo para mí en momentos difíciles. Su sensibilidad y don de gente la distinguían.Una persona entera y noble hasta el final. Sé que vivimos heridos de mortalidad, pero ahora mismo, rabio, rabio contra la agonía de la luz, como bramaba el poeta Dylan Thomas. ¡Qué injusticia enorme es la muerte! 
Me queda, como forma de consuelo, atesorar tantos y gratos encuentros y paseos que disfrutamos juntas en Madrid, en Buenos Aires y durante aquel viaje a Alemania, en 1987, tan rico en charlas y descubrimientos, que esta foto testimonia. Hasta pronto bella, amada y elegante amiga.



Delmira Agustini: Las alas





Yo tenía...
                      ¡dos alas!...
 Dos alas,
que del azur vivían como dos siderales
¡raíces!...
Dos alas,
con todos los milagros de la vida, la Muerte
y la ilusión. Dos alas.
fulmíneas
como el velamen de una estrella en fuga;
dos alas
como dos firmamentos
como tormentas, con calmas y con astros...

¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...
el áureo campaneo
del ritmo; el inefable
matiz atesorando
el Iris todo, más un Iris nuevo
ofuscante y divino.
que adorarán las plenas pupilas del futuro
(¡Las pupilas maduras a toda luz!)... el vuelo...

El vuelo ardiente, adorante y único,
que tanto tiempo atormentó los cielos,
despertó soles, bólidos, tormentas,
abrillantó los rayos y los astros;
y la amplitud: tenían
calor y sombra para todo el mundo,
y hasta incubar más allá pudieron.

Un día, raramente
desmayados a la tierra,
yo me adormí en las felpas profundas de este bosque...
¡Soñe divinas cosas!...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!
¿Mis alas?...

-Yo las vi deshacerse entre mis brazos...

¡Era como un deshielo!

*Gran poeta uruguaya.

sábado, mayo 21, 2016

Jorge Castro Vega: Poemas



LO QUE CONTÓ MÁS TARDE LA SERPIENTE


Desde luego, grita
golpea, destruye. Incluso
ha llegado a dormirse de puro enojado.
Dormirse durante siglos,  sin soñar  nada
nada en absoluto
y de repente despertar
entre aullidos,  empapado en vinagre
con un par de clavos en las manos.

En cuatro  palabras:
vive furioso consigo mismo.
Y ya no queda nadie en el Edén
(salvo la música de Bach)
a quien pueda  achacársele la culpa.

Desde que los echó, no juega
no canta, no baila.
Y ha dejado de rezar.

                                                           (El mismo río, inédito)
NUNCA CONTÉ OVEJAS

Porque no sabría que hacer
con la pata  lastimada
de aquella que miró tan mansamente
cuando la separé del rebaño
y le ordené saltar con ojos llenos.

Cuentos las camas en que he dormido
por más de una semana. Es eficaz
y ajeno al asunto del madero
la esponja con vinagre y todo eso.

(Cosas que pasan, 1997)
ODISEA, CANTO  XXV

Te mando noticias de la noche
La noche salió de mi cuaderno
Y sin que pudiera evitarlo
Se perdió en el mar

He luchado con el mar
Toda la noche

(Poesía de sitio, 1985)




CONSTRUCCIÓN


Borradores:
                        Poemas que otros escribieron
(Ladrillos en la Torre de Babel)
                        Para que me escribiera yo
Torpe ladrillo en borrador

                        Que nadie suba

Otros bajarán
A la hora de la resurrección o la locura
                        A todos y a cualquiera
En un abrir y temblar los ojos
                        Nos pasarán en limpio

                                                                                
                                                                              (Poesía involuntaria, 1987)


*  JORGE CASTRO VEGA (Montevideo, 1963), abogado, crítico literario y teatral. Ingresó al Poder Judicial en 1998; actualmente, se desempeña como juez en Montevideo. Publicó: Primera línea (1982), Poesía de sitio (1985), Poesía involuntaria (1987),  Poesía certificada (1989),  Poesía arbitraria- Antología personal (1989), Con motivo de Ana (1991), Un poco de sol  (1993) y Cosas que pasan (1997).  Sus textos han sido incluidos en diversas muestras y antologías; entre ellas: Antología Plural de la poesía uruguaya del siglo XX (W. Benavides, R. Courtoisie y S.  Lago, Seix Barral 1995), Poésie uruguayenne du XXe siècle, (M. Renard, Editions Patiño 1998), Poesía uruguaya-Antología esencial (R. Courtoisie, Visor 2010). Se anuncia la publicación de un nuevo libro: El mismo río.



jueves, mayo 19, 2016

José Martí: Odio el mar



Odio el mar, sólo hermoso cuando gime
Del barco domador bajo la hendente
Quilla, y como fantástico demonio,
De un manto negro colosal tapado,
Encórvase a los vientos de la noche
Ante el sublime vencedor que pasa:—
Y a la luz de los astros, encerrada
En globos de cristales, sobre el puente
Vuelve un hombre impasible la hoja a un libro.—

Odio el mar: vasto y llano, igual y frío
No cual la selva hojosa echa sus ramas
Como sus brazos, a apretar al triste
Que herido viene de los hombres duros
Y del bien de la vida desconfía;
No cual honrado luchador, en suelo
Firme y pecho seguro, al hombre aguarda
Sino en traidora arena y movediza,
Cual serpiente letal. —También los mares,
El sol también, también Naturaleza
Para mover al hombre a las virtudes,
Franca ha de ser, y ha de vivir honrada.
Sin palmeras, sin flores, me parece
Siempre una tenebrosa alma desierta.

Que yo voy muerto, es claro:  a nadie importa
Y ni siquiera a mí: pero por bella,
Ígnea, varia, inmortal, amo la vida.

Lo que me duele no es vivir: me duele
Vivir sin hacer bien. Mis penas amo,
Mis penas, mis escudos de nobleza.
No a la próvida vida haré culpable
De mi propio infortunio, ni el ajeno
Goce envenenaré con mis dolores.
Buena es la tierra, la existencia es santa.
Y en el mismo dolor, razones nuevas
Se hallan para vivir, y goce sumo,
Claro como una aurora y penetrante.
Mueran de un tiempo y de una vez los necios
Que porque el llanto de sus ojos surge
Más grande y más hermoso que los mares.

Odio el mar, muerto enorme, triste muerto
De torpes y glotonas criaturas
Odiosas habitado: se parecen
A los ojos del pez que de harto expira
Los del gañán de amor que en brazos tiembla
De la horrible mujer libidinosa:—
Vilo, y lo dije: —algunos son cobardes,
Y lo que ven y lo que sienten callan:
Yo no: si hallo un infame al paso mío,
Dígole en lengua clara: ahí va un infame,
Y no, como hace el mar, escondo el pecho.
Ni mi sagrado verso nimio guardo
Para tejer rosarios a las damas
Y máscaras de honor a los ladrones:
Odio el mar, que sin cólera soporta
Sobre su lomo complaciente, el buque
Que entre música y flor trae a un tirano.

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En el verso número 16 Carlos Javier Morales trae:
         Firme y pecho seguro, al hombre aguarda
En el verso número 20:
          Para mover el hombre a las virtudes,
En el verso número 39 Carlos Javier Morales trae estos dos versos:
          Lo imaginan más grande y más hermoso
          Que el cielo azul y los repletos mares!—