jueves, julio 05, 2012

Sam Hamill: La flor de la orquídea...


Gracias al poeta Aldo Luis Novelli por compartir estos poemas.

La flor de la orquídea

En el instante en que me pregunto
si la orquídea va a morir
ella florece
y no puedo explicar la emoción
en mi corazón, ni por qué tanto placer
proviene de ese pequeño capullo
en el extremo de un delgado tallo,
de esa pequeña flor
sanguínea roja dorada
abriéndose en el apogeo del verano
pequeña, perfecta en su plenitud.
Incluso para un poeta
de cabellos blancos y rostro curtido,
ella es en su pureza, erótica,
pistilo y estambre, polen,
rocío del mundo, una cucharada
de tierra y de agua.
Ella es erótica
porque en el corazón del nacimiento
la muerte afirma su existencia,
y el efecto dramático de los viejos prismas luminosos
del alba, allí en las húmedas ramas del cedro,
profundisimo misterio
mientras lavo la vajilla al atardecer
o bromeo con mi esposa,
quien a cada momento se vuelve más bella
simplemente porque uno de nosotros ha de morir.



Ojos bien abiertos

La pequeña niña de piel aceitunada
me mira detenidamente
desde la fotografía

sus ojos inmensamente abiertos,

bellísimos ojos de un castaño intenso
brindan en silencio, testimonio
a ese dolor tan viejo como el mundo.

Ella era joven,
y muy bella, tan bella como sólo
los jóvenes suelen serlo,
pero en su belleza
soporta callada
las calamidades:

pues sus lágrimas se han agotado.

Cerré la revista y me dirigí
a la pila de leña
partí algunos troncos, pensando,

“Esta noche su fuego es probablemente
una fogata abierta,
sus llamas brillantes
izándose como pendones lamen el aire
flamean en la brisa”.

Cuando era un niño
oí acerca del derramamiento de sangre en Corea,
del ejército rojo posado en nuestro umbral,
y también de las bombas que para siempre

aniquilarían nuestro mundo.

Me refugié debajo de mi pupitre como el resto de este mundo tonto.

En Okinawa, vestí el uniforme
y porté armas
hasta que mis ojos comenzaron a abrirse,
hasta que me ahogué
con el orgullo del cuerpo de marines,
hasta que me di cuenta
de lo deliberado de mi ceguera.

¿Cuánto dolor es una vida?

¿Qué es lo que se puede hacer
si no nos ponemos del lado de los desaparecidos, los asesinados,
los huérfanos
nuestros propios niños armados, y damos testimonio

con nuestros ojos bien abiertos?

Cuando yo era un niño asustado de la noche
y llorando en mi cama,
mi padre me decía un poema o cantaba,

“Monturas vacías en el viejo corral,
hacia dónde cabalgarán esta noche”.

Homero pensaba que los muertos llegaban
a un campo de asfodelos.
“Musashino”, cerca de Tokio, significa
“la llanura de Musashi”,
el camino del guerrero lavado en sangre.

Las canciones de guerra son cantadas
al son del ritmo de las viejas marchas—
Oh, sí cómo nos gusta honrar a los muertos.

¿Un mundo sin guerras?
¿Quién si no un niño o un tonto
podría imaginar tal cosa?

Los líderes de las corporaciones se educan
con El arte de la guerra de Sun Tzu.
“Todos deploramos la guerra”, dice el presidente
mientras ordena nuevos bombardeos,
“pero Dios está de nuestro lado”.

¿Cuál sangre es cristiana,
cuál musulmana, judía o hindú?

La niña hermosa con sus bellos ojos tristes
me observa, pero
no ha hablado. ¿Qué podría decir?

Ella sobrelleva la carga de hallar otro camino.

En sus ojos, las ruinas, el temor,
los zapatos que no pueden ser llenados, las manos
que nunca acariciarán su cabello.

Pero, escuchen y oirán su voz,
baja, triste, dolorida.
—Ya está en tu interior—

un latido, un susurro,
promesas rotas—

si sólo pudieras oír

con tus ojos bien abiertos.

*Traducción: Esteban Moore.

**Sam Hamill
(1943, Estados Unidos de Norteamérica): Poeta, traductor, editor y docente. Publicó catorce libros de poemas. También es autor de tres volúmenes de ensayos y  más de dos docenas de volúmenes que ha traducido.Posee diversos premios y distinciones. Fundador y editor de Copper Canyon Press, reconocida editorial. En 2003 fundó Poets Against Award (Poetas contra la guerra).Su obra ha sido traducida a más de una veintena de idiomas.
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SAM HAMILL: "EL POETA QUE LE DIJO NO A LA CASA BLANCA"

por ESTEBAN MOORE

“Sam Hamill, ha alcanzado la categoría de Tesoro Nacional,
a pesar de que a él esta idea lo disgusta.”
Jim Harrison


Sam Hamill, caucásico, de peso y estatura mediana, ojos claros, no puede ser considerado un norteamericano promedio: es poeta, traductor, crítico literario y docente. Este hombre que por amor a Basho decidió aprender su lengua y que vivió en el Japón durante cinco años, donde además abrazó el pensamiento budista, fue conmocionado una mañana del 2003 cuando abrió su casilla de correo y halló entre su correspondencia un sobre dirigido a él en cuyo margen izquierdo se destacaba la leyenda: The White House. En su interior había una invitación de la primera dama de los Estados Unidos de Norteamérica, Laura Bush, que lo invitaba a participar de una mesa redonda para exponer sobre poesía norteamericana en la Casa Blanca.

Ese día, Hamill recuerda, “me dirigí a Copper Canyon Press”, la editorial sin fines de lucro, dedicada exclusivamente a la publicación de libros de poesía que fundó y dirigió durante más de tres décadas hasta convertirla en la preferida de algunos de los más prestigiosos poetas de su país como W.S. Merwin y Hayden Carruth. Pero, le fue imposible concentrarse en sus tareas. Esta invitación lo desestabilizaba emocionalmente. La noche anterior había estado leyendo en Internet una serie de artículos que analizaban los planes de Bush para devastar a Iraq en un futuro cercano con bombardeos masivos.
Por la noche, Hamill, frente a una botella de vino, decidió junto a su esposa, Gray Foster, revisitar su pasado. Conversaron largamente de varias experiencias de su vida. El poeta recordó la ocasión cuando durante la guerra de Vietnam se convirtió en objetor de conciencia, las lecturas de poemas realizadas con el auspicio de la organización de Veteranos de Vietnam contra la guerra, su participación en los 60 en la campaña por los derechos civiles, las campañas políticas de 1968 cuando apoyó a Eugene McCarthy y él mismo fue candidato a la legislatura estatal de California y más que nada unas palabras de un pequeño monje japonés, su maestro Zen, quien en una oportunidad le dijo: “Debes enfrentar la vida como si ya estuvieras muerto.”
Él sabía qué decisión iba a tomar respecto de esta invitación; llamó a la secretaria de la primera dama informándole que no asistiría a la mesa redonda. No obstante, aún desconocía el modo en que la haría pública, pues imaginaba las consecuencias que ésta podría desencadenar sobre la editorial a la que dedicó buena parte de su vida. Habló por teléfono con William S. Merwin y con Hayden Carruth (este último tiene alguna experiencia al respecto ya que había rechazado una invitación similar del ex presidente Clinton) y al día siguiente redactó una carta dirigida a sus amigos y colegas.
En ella les solicitaba que cada uno de ellos se expresara a favor de la verdadera conciencia cívica de su país y firmaran un petitorio contra una guerra que destruiría a un pequeño país que no tenía relación alguna con los atentados del 11 de septiembre. Asimismo, los urgía a colaborar para declarar el 12 de febrero como el día de la poesía contra la guerra.
La carta, que no fue difundida por la prensa, fue enviada a alrededor de cuarenta poetas. La respuesta fue masiva. Los miles de mensajes electrónicos que comenzaron a llegar inundaron su servidor. Él relata que debieron recurrir a Emily Warn, una poeta que trabaja en Microsoft, en busca de ayuda. Ella los contactó con el proyecto Alchemy, una organización que brinda ayuda a instituciones sin fines de lucro; junto a ellos encontraron la forma para continuar recibiendo la marea de mensajes, y también crearon rápidamente un foro Poetas contra la Guerra.
Los poetas comenzaron a enviarles poemas contra la guerra, en pocos días recibieron 12.000 poemas escritos por 11.000 poetas. Copiaron los poemas en papel, la pila de hojas medía cerca de dos metros de altura, convirtiéndose en la antología temática más extensa de la historia literaria.
En compañía de William S. Merwin, Terry Tempest Williams y Peter Lewis, los entregaron al Congreso. Las cajas conteniéndolos fueron recibidas por diputados que no estaban de acuerdo con las decisiones del poder ejecutivo acerca de la guerra en Irak. Desde entonces, muchos de estos poemas no han dejado de ser citados en diferentes sesiones legislativas en Washington en las que se tratan temas relacionados con la guerra, y en los parlamentos del Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, España y Japón, razón por la cual muchos de ellos han sido traducidos a varios idiomas.
El 17 de febrero, en medio de la tormenta más grande de los últimos años que se recuerde en Nueva York, más de 3000 personas se reunieron en el Lincoln Center para escuchar a los poetas leer Poemas no aptos para la Casa Blanca.
Posteriormente, con la ayuda de veinticinco editores, Hamill y Sally Anderson seleccionaron 200 poemas representativos entre los 12.000 recibidos. Entre ellos, poemas de: Robert Aitken, Francisco X. Alarcón, Willis Barnstone, Robert Bly, Hayden Carruth, Robert Creeley, Martín Espada, Lawrence Ferlinghetti, Tess Gallagher, Joy Harjo, Galway Kinnell, Ursula K. Le Guin, Robert Pinsky, Jerome Rothenberg, Arthur Sze, Anne Waldman y C.K. Williams, sólo para mencionar algunos nombres.
La antología se convirtió para la editorial Nation Books en un verdadero best seller: en pocos días se vendieron cerca de 50.000 ejemplares. La poesía y los poetas tenían algo que decir respecto de las políticas exteriores del gobierno norteamericano. En esos días la poesía fue tema obligado de los medios y muchos poetas pudieron reevaluar los fines de su oficio. Cientos de poetas jóvenes influenciados por el rap, la performance y la cultura televisiva, quienes evitaban escribir acerca de temas políticos y sociales, hoy piensan distinto al respecto.
Estos hechos le dieron a Hamill la oportunidad para extender las actividades de Poetas contra la guerra en distintos países. Sin embargo, toda decisión que no sea aceptada por el poder tiene sus costos.
Las presiones políticas comenzaron a crecer en intensidad. El New York Times y el Wall Street Journal publicaron artículos en los que fue atacado personalmente por periodistas cercanos a la administración republicana, los comentaristas televisivos denostaban su independencia política. Entonces, el directorio de la editorial que él había fundado, Copper Canyon Press, le solicitó, por el bien de la misma, la renuncia a su cargo.
Este proceso de hostigamiento duró cerca de un año, hasta que en una reunión de directorio se impuso una mayoría que lo despidió. Le ofrecieron una indemnización siempre y cuando él firmara un acuerdo en el que se comprometía a no hablar en el futuro de la editorial y a no mencionar las presiones de las que fue objeto; asimismo, fue despedido de su cargo como director del Port Townsend Writers’ Conference. Los grandes medios de prensa habían ganado su batalla contra un poeta independiente que regresó a su casa desempleado pero no desocupado.
Hamill continuó trabajando en su proyecto de Poetas contra la Guerra, escribiendo poesía y releyendo las pruebas de imprenta de su nueva traducción al inglés del Tao Te King de Lao Tzu y de Almost Paradise, una selección de sus poemas y traducciones publicadas recientemente.

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