lunes, octubre 31, 2011

Roger Caillois: El agua dentro de la piedra


El siguiente texto fue extractado de http://www.letrasenlinea.cl/?p=571
Traducción de: Fernando Pérez y Carlos Labbé

Al sostenerlo, un nódulo de ágata de dimensiones modestas puede parecer anormalmente liviano. Uno descubre entonces que está hueco y revestido de cristal por dentro. Si lo sacudimos cerca de la oreja, es posible –una vez entre muchas– que oigamos el ruido de un líquido batiéndose entre las paredes. Es seguro que hay un agua ahí, prisionera en esa cárcel de piedra desde los orígenes del planeta. El deseo nace de percibir esta agua anterior.
Se hace necesario pulir lentamente la superficie rugosa, la envoltura de la piedra y luego, con más cuidado incluso, la calcedonia interna hasta que una mancha sombría se revela tras el tabique cristalino, una mancha temblorosa por el movimiento de la mano que sostiene la piedra, y sin embargo se obstina en mantenerse horizontal a cada inclinación que se le da. Es agua, o por lo menos un fluido anterior al agua, conservado desde épocas tan lejanas que no conocieron fuentes ni lluvias, ríos ni océanos. Nada salvo metales en fusión que poco después se solidificarían; puede ser, en aquellas cavidades perdidas, el veloz y paradojal mercurio, espejo fugitivo y frío, el único metal que pudo enfriar la severa temperatura que el planeta alcanzaba y no ha vuelto a alcanzar. Se trata, finalmente, de un agua secreta que de agua no tiene más que la apariencia.
A la mínima fisura, a la primera perforación –aunque sea más fina que un pelo–, esta agua emerge y se volatiliza en menos tiempo que el que uno se demora en decirlo. Sólo una presión extraordinaria la mantuvo líquida. Cualquier abertura es suficiente para hacerla desaparecer en la superficie, evaporada un segundo después de la más larga reclusión.
Esta agua cautiva se encuentra sólo dentro de las sustancias menos porosas, como el cuarzo o la calcedonia, que impiden casi toda osmosis, toda transpiración. Sin embargo, la calcedonia no es una prisión totalmente segura, ya que algunos artesanos hábiles de Hunsrück-Eifel consiguieron infiltrarle un color. Sólo el cristal de roca es lo suficientemente hermético como para que no haya fugas. El líquido se mantiene en los vacíos paralelos, separados por las capas superpuestas a ciertas grietas que aparecen de manera intermitente. En cada movimiento ascendente que la mano haga, como en los vidrios dobles, un líquido no menos diáfano que los tabiques que lo retienen vuelve desde el principio de las eras, al borde de la extinción y simultáneamente a salvo de terribles conmociones. En ese momento, larvas esféricas o alargadas erran sin fin por un laberinto de pasadizos invisibles. Según se vuelva el cristal en un sentido o en otro, estas burbujas suben, descienden, giran, caen en una fisura imprevista y no vuelven a unirse más. Cada una en su dédalo, de tamaños diversos e incesantemente deformadas por los obstáculos que rodean, estas burbujas van perpetuando de manera absurda las figuras invariables y cambiantes de los desencuentros humanos, de este carrusel que no se detiene.
En el cuarzo, el agua suele aparecer repartida en muchas células que la ocupan casi por entero. En la calcedonia está concentrada en una sola cavidad; el espacio sobre ella es tan elevado y tan vasto que se podría decir que el cielo recubre aquel estanque encantado. Los remolinos insinúan este lago sonoro e impreciso, constreñido al interior de una piedra, como el misterio de un paisaje espectral, brumoso, por lo tanto más real y más pesado que los evasivos paisajes que la imaginación se apresura a proyectar en los dibujos de las ágatas. Encima de éstos, circulares e hinchados, los gruesos copos amarillos de un cielo de nieve se aprietan contra una ventana irregular de amatista, cuyos prismas trazan una vidriera con minúsculos elementos hexagonales. Aquellos del centro son casi incoloros y parecen existir sólo como una segunda abertura en medio del vitral. Cuando se inclina esta geoda, la línea oscura del agua sube y desciende hacia este hueco, y es como un párpado lento: la noche que cae o que se eleva semejante a una respiración de lava en los cráteres de los volcanes, o bien el flujo y el reflujo inexplicables de un mar inmenso y solitario, sin luna ni riberas, que podemos ver únicamente desde una escotilla.
El azul tormentoso de una calcedonia nocturna colma otra vez la superficie de la piedra. En el borde, manchas púrpura o bermellón rodean pálidos velos pulcramente fragmentados por la erosión. Su rastro oblicuo desaparece con rapidez en el espesor del mineral, como grietas atrapadas en el hielo. En el fondo, estratos lechosos, más claros o más oscuros dibujan tanto horizontes superpuestos como los reflejos de un astro invisible que avanza en su órbita borrosa. Y, arriba, enormes nubarrones hacen hervir mil amenazas oscuras y una explícita: a modo de última advertencia, un meteorito consumido en medio del cielo por su propia caída lanza un trágico insulto a las tinieblas.
Las dos caras del ágata están igualmente pulidas y son del mismo azul nocturno. Ofrecen un espejo idéntico, cargado de presagios y de injurias. Entre ellas, acaso como garantía de una terrible promesa, se desplaza el agua oculta de los orígenes, que apenas se ve como una sombra y se oye como un chapoteo. Creo que nadie puede quedar insensible a la emoción que provoca semejante presencia. Este recipiente sellado nunca estuvo abierto. Tampoco necesitó soldarse a una base, como la ampolla. Un vacío penetra hasta el corazón de la masa. Nada ni nadie la forzó ni le inyectó el fluido incorruptible que contiene y que, desde entonces, no se puede escapar ni tampoco endurecerá.
El ser vivo que la observa entiende que por sí mismo jamás podrá llegar a ser tan duradero ni tan cerrado. Ni tan ágil ni tan puro. Se reconoce desdichado en el límite de otro imperio y, súbitamente, extranjero en el universo: un intruso estupefacto. Adivino quizá con facilidad excesiva –por obsesión personal– las reflexiones, los vagos sueños que pueden hacer dudar a un pasajero del mundo a partir de alguna piedra encantada por el licor, un poco de agua que ha quedado prisionera en la cavidad transparente de una piedra hermética.
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L’EAU DANS LA PIERRE
Parfois un nodule d’agate, de dimensions modestes, soupesé, paraît anormalement léger. On sait alors qu’il est creux et tapissé de cristaux. Si on le secoue près de l’oreille, il arrive, mais très rarement, qu’il fasse entendre un bruit de liquide battant les parois. A coup sur, une eau l’habite, demeurée prisonnière dans une geôle de pierre depuis le début de la planète. Le désir naît d’apercevoir cette eau antérieure.
Il faut polir lentement la surface rugueuse, l’écorce de la géode, puis, avec plus de précautions encore, la calcédoine interne jusqu’au moment où, derrière la cloison translucide, une tache sombre se meut. Elle tremble avec la main qui tient la pierre, et son niveau reste obstinément horizontal, quelque inclinaison qu’on donne à celle-ci. C’est l’eau ou, du moins, un fluide d’avant l’eau, conservé d’époques si lointaines qu’elles ne connaissaient sans doute ni sources ni pluies, ni fleuves ni océans. De liquide, rien alors que des métaux en fusion bientôt solidifiés; peut-être, en quelques cavités perdues, le véloce et paradoxal mercure, miroir fugitif, liquide et froid, seul métal qu’il faille pour geler une sévère température que la planète attiédie n’est pas encore près d’atteindre; enfin cette eau secrète qui assurément de l’eau n’eut jamais que l’apparence.
A la plus légère fissure, à la première percée, fût-elle plus mince que cheveu, elle fuse et se volatilise en moins de temps qu’il ne faut pour le dire. Seule une pression extraordinaire la maintenait liquide. La moindre issue lui suffit pour disparaitre sur-le-champ, évaporée en un éclair après la plus longue réclusion.
Aussi ne trouve-t-on cette eau captive que dans les substances les moins poreuses, comme le quartz ou la calcédoine, qui interdisent ou peu s’en faut toute osmose, toute transpiration. Encore la calcédoine n’est-elle pas une prison tout à fait sûre, puisque des artisans habiles, entre l’Eifel et le Hunsrück, parviennent à y infiltrer une couleur. Le cristal de roche, seul, est assez étanche pour qu’aucune fuite ne soit à redouter. Le liquide se tient dans les vides parallèles qui séparent les couches superposées de certaines aiguilles. Celles-ci semblent s’être développées par bonds intermittents. Entre chaque nouvelle poussée, comme entre des doubles fenêtres, un liquide non moins transparent que les cloisons qui le retiennent s’est trouvé, au commencement des âges, a la fois pris au piège et rescapé de terribles émois. Depuis, des libelles sphériques ou allongés errent sans fin dans un labyrinthe de chicanes invisibles. Selon qu’on tourne le cristal dans un sens ou dans l’autre, ces bulles montent, descendent, obliquent, s’engagent dans une rigole imprévue, sans se rencontrer jamais. Chacune dans son dédale, de tailles diverses et sans cesse déformées par les obstacles qu’elles contournent, elles perpétuent absurdement les figures invariables et changeantes d’un chassé-croisé, d’un carrousel sans dénouement.
Dans le quartz, l’eau est á l’ordinaire répartie en plusieurs cellules qu’elle occupe presque entièrement. Dans la calcédoine, elle est ramassée en une seule poche; l’espace au-dessus d’elle est si haut et si vaste qu’on dirait le ciel recouvrant quelque étang ensorcelé. Les remous du liquide ajoutent en filigrane ce lac sonore et indistinct, rapetissé jusqu’à tenir à l’intérieur d’une pierre, comme le mystère d’un paysage spectral, brumeux, pourtant plus réel et plus lourd que les paysages évasifs que l’imagination, au premier appel, se hâte de projeter dans les dessins des agates.
Sur celle-ci, circulaire et bombée, les gros flocons jaunes d’un ciel de neige pressent vers le centre une fenêtre irrégulière d’améthyste, dont les prismes soudés dessinent une verrière aux minuscules éléments hexagonaux. Ceux du centre sont presque incolores et paraissent n’exister que comme une ouverture seconde pratiquée dans le vitrail plein. Quand on incline la géode, la ligne sombre de l’eau monte et descend derrière la baie et c’est comme une lente paupière; ou la nuit qui tombe ou qui s’élève telle une respiration de lave aux cratères des volcans; ou, perceptible par ce hublot seul, le flux et le jusant inexplicables d’une mer immense et seule, sans lune ni rivages.
Le bleu d’orage d’une calcédoine nocturne emplit une autre fois la surface de la pierre. Sur le bord, des taches de pourpre ou de vermillon s’élargissent autour de voiles livides tranchés net par le polissage. Leur traîne oblique disparaît vite dans l’épaisseur du minéral, comme guenilles prises par la glace. Tout en bas, des strates laiteuses, plus claires ou plus foncées, dessinent autant d’horizons étagés ou les reflets d’un astre invisible sur l’avancée des vagues parallèles. Au-dessus, d’énormes nuées frémissent de mille menaces obscures et d’une plus explicite: en guise d’ultime semonce, un météore consumé en plein ciel par sa propre chute fait un accroc tragique aux ténèbres.
Les deux faces de l’agate sont également polies et du même bleu nocturne. Elles offrent un miroir identique, chargé de présages et d’invectives. Entre elles, qui semble en garantir la terrible promesse, l’eau cachée des origines dont on voit l’ombre se déplacer et dont l’oreille entend le clapotis. Je crois que nul ne reste insensible à l’émotion qu’engendre pareille présence. Ce vase le plus clos jamais ne fut ouvert. Il ne fut même pas soudé à sa naissance, comme ampoule de verre. Un vide s’y creusa de lui-même au cœur de la masse. Nul ni nulle forcé n’y fit pénétrer le fluide incorruptible qu’il contient et qui, depuis lors, demeure impuissant à s’en échapper comme à s’y dessécher.
Le vivant qui le regarde comprend qu’il n’est, pour sa part, ni si durable ni si ferme. Ni si agile ni si pur. Il se connait sans joie á l’extrémité d’un autre empire, et soudain si étranger à l’univers: un intrus hébété. Je ne devine que trop, par obsession personnelle, quelles méditations, du moins quelles rêveries vagues, un passager du monde peut commencer de dévider à partir de ces cailloux hantés d’une liqueur, un peu d’eau géologique restée prisonnière dans la poche transparente d’une pierre hermétique.


* Datos del autor, véasehttp://www.epdlp.com/escritor.php?id=2750

viernes, octubre 28, 2011

Pretextos, en Villa Mercedes, provincia de San Luis

Este sábado 29 de octubre, a las 19.30, en la Secretaría de Extensión Universitaria de la FICES, Pescadores 280, Villa Mercedes, provincia de San Luis, tendrá lugar la cuarta jornada del ciclo de lectura Pretextos, organizado por el taller literario de la Fices, coordinado por el poeta Patricio Torne.

En la oportunidad, leerán los escritores:  Natalia GONZÁLEZ, Jorge VENECIANO, Miguel BECERRA de Villa Mercedes y Estela DOMÍNGUEZ del Taller Literario. Invitado especial  es el poeta Alejandro MENDEZ de la ciudad de Buenos Aires


¡Gracias al blog campodemaniobras!

¡Gracias al blog Campodemaniobras! Gracias al poeta Jorge Aulicino y a todo su equipo!

http://campodemaniobras.blogspot.com/2011/10/maria-del-carmen-colombo-de-la-familia.html

Agenda: Las puertas de Tannhausser, Eduardo Espósito


Ediciones El Mono Armado presenta Las puertas de Tannhauser, de Eduardo Espósito.
Con la participación de Alicia Digón. 
La cita es el sábado 5 de noviembre, a las 18, en el Museo Bernardo de Yrirgoyen, Sarmiento 518, General Rodríguez. prov. de Buenos Aires.

lunes, octubre 24, 2011

Zbigniew Herber: La gallina...


La gallina es el mejor ejemplo de a qué conduce la íntima convivencia con la gente. Perdió por completo su ligereza y gracia de ave. La cola resalta encima de su prominente trasero como un sombrero demasiado grande de mal gusto. Sus raros momentos de éxtasis cuando se para en un pie y pega sus redondos ojos con membranosos párpados son impresionantemente asquerosos. Y además esa parodia del canto, degolladas súplicas sobre una cosa inefablemente ridícula: un redondo, blanco y sucio huevo.
La gallina recuerda a algunos poetas.

(Traducción: Jan Herbert)

*Zbigniew Herber: Ucrania 1924. Autor de Un bárbaro en el jardín (1961)  y de Señor Cogito (1974), entre otros libros.


Agenda: Los Mileo, no te los pierdas!

Los Mileo
Luis Mauregui Trío
en concierto
Centro Cultural Carlos Gardel
Olleros 3640
jueves 27 de octubre a las 20


Empieza puntual

viernes, octubre 21, 2011

Benjamín Solari Parravicini: Los siervitos

Fragmento del Poema profecía, incluido en el libro de Fabio Zerpa: El Nostradamus de América.


Llegarán los siervitos -niños caritativos-,
ellos vendrán de toda clase
social y religiosa. Dispuestos a tender
la mano a todo niño humilde,
necesitado, enfermo, abandonado
sin hogar. Dispuestos a enseñarles
sanas costumbres, limpieza y arreglo
de casas y habitaciones, colegios, calles,
plantas, jardines, ropas.


Llegarán para hablarles de Dios
Universal, de la bondad, de la caridad,
del deber, del respeto al mayor, al
anciano, a la niña débil, a la
Patria, a su historia y del noviazgo
amor.


Llegarán los siervitos a servir en
las barriadas, en las escuelas, en
los hospitales, sanatorios, internados,
nosocomios, llegarán también
trayendo manjares, juguetes,
funciones de música, teatro, cantos,
ofrecido por ellos. Llegarán en
carromatos viejos, cedidos por
almas nobles y comprensivas
de las que recibirán limosnas
para su empeño y misión


                             (...)


Llegarán los siervitos en sus carros
viejos, pintados de blanco, vistiendo
de blanco, enseñando la emblema,
de una cruz celeste, sobre un mundo
naranja en el que se leerá: PAX.


Llegarán los siervitos y serán
                                  -alguien dijo:


Niño, elige el sendero pedregoso,
tú le arreglarás.


Elige al hermano en miseria,
tú lo harás.

Alejandra Pizarnik: La noche

Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la conciencia con sus estrellas.

Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo llorar a la noche en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.

jueves, octubre 20, 2011

Agenda: Bacanal Literaria, de autores en su voz

Jueves 20 de octubre, a las 21, en el Archibrazo, Mario Bravo 437, Ciudad
 7° bacanal literaria de autores en su voz

                                 Leen 
  Mario Nosotti / Eduardo Rubinschik / Francisco Redondo

   proyección de un fragmento de 
   El  solicitante descolocado. Entrevistas a Leonidas Lamborghini 


   entrada libre y gratuita




Pablo Ananía: Concierto barroco*


Reseña: La familia china, de María del Carmen Colombo (Hilos Editora, 2011).


Extraños y fantásticos estos textos de Colombo, extraño estilo barroco/humorístico/oriental/porteño. Son poemas en prosa encantatorios y conmovedores, eróticos, deslumbrantes. Hay sobre todo uno ("El Mar de la China", que aquí se reproduce) que debe leerse varias veces. Es como un magnífico, mínimo concierto barroco. Quien esto escribe tiene el explícito permiso de Alejo Carpentier, al cual lo ata una fluida y permanente conversación, ya que es precisamente ese libro suyo uno de los dos (el otro es Bartleby) de los cuales el comentador nunca podrá desapegarse ni aunque Alberto Girri resucite para abominar de sus lecturas. ¿Demasiada mescolanza? Es posible. Pero no es sencillo a cierta edad encontrar a alguien que ha logrado con arte y artesanía ponerle el cascabel a esa noción abstracta de Belleza con la que los poetas navegamos sin brújula y sin sentido (sin significados). No hay otra alternativa después de la lectura de este libro de Colombo que entrar en estado de confusión, y si aparece Girri en la ensalada es (por dicha) porque he encontrado también en estos textos que es posible (ahora ya no me caben dudas) reflexionar con la música y con las substancias polícromas del arte de la pintura, sobre todo si se la intenta "con el fino pincel de las pestañas". Y de esa extraña armonía tan lograda procede el deleite especial que produce la lectura de "La familia china". La Música, creo saberlo aunque me resulte muy duro demostrarlo con la escritura, es un signo absoluto: a tal sonido o conjunto de sonidos corresponde esencialmente tal estado de la naturaleza o tal ser, tal pensamiento o tal afecto amoroso... ¿Habrá encontrado Colombo un camino para acercarnos al misterio de la Música, del Poema? ¿Cómo hizo para cantar en esa lengua?


*Texto inédito.

miércoles, octubre 19, 2011

Agenda: Presentación yJornadas Tsvietáieva, en la Biblioteca Nacional




* Huesos de Jibia invita a la presentación  de Revelaciones acerca de otras criaturas, de Jorge Daniel Santkovsky.

La presentación estará a cargo de Walter Cassara y participarán en la lectura Ricardo Herrera, Stella Brandolin y el autor.

Sabado 29 de octubre, a las 17, El archibrazo, Mario Bravo 437.

..........

*Homenaje a escritora rusa: En noviembre, los días 15, 16 y 17, en la Biblioteca Nacional, se realizará el encuentro “Tsvietáieva, 2011”, para recordar a la destacada poeta rusa, que nació en Moscú en 1892 y murió trágicamente en Elabuga, hace 70 años, el 31 de agosto de 1941.
Las jornadas repasarán vida y obra de Tsvietáieva. Considerada una de las más grandes escritoras del siglo XX, la vida de esta gran poeta estuvo íntimamente ligada a la historia de la Europa de su tiempo. Su poética es un gran tesoro de literatura rusa y ha sido traducida al idioma español por la eslavista Selma Ancira.

En  http://librospeligrosos.blogspot.com/, podés leer el "Cuestionario Tsvietáieva Luis Thonis responde".        

CuestionarioTsvietáieva: Luis Thonis responde.


martes, octubre 18, 2011

María Mascheroni: De El cansancio de los hijos


casi lastimando
como al papel de arroz
estrecho
el blanco espacio inquieto
para su muerte

del hombre que había en esas manos
una fragilidad antigua se apodera de a poco

la raíz dio ramas
lloran… la noche las oculta
con delicadeza

avaricia
en el día que muere

 ............... 


padre mío
has quedado en tumba ajena alada y animal
así estremecidos ceremonias y usos
con la generosidad de otra especie la calma parece acercarse

empecinado fuiste y tus hijos

el cuerpo de un pájaro concentra todos tus cantos
y las patas quebradas
a esta tumba -no es altar- vuelvo a llevar mis flores tardías

conozco el lugar     con mis manos fue cavado
con las manos de todos nosotros fue cavado
es que cavamos
para tener donde hincarnos    persignar
para bajar las cabezas y quedarnos sin padre

en este suelo -por dos siglos herido- cada tumba se levanta
borde piadoso y bullente de la tierra alzada

...

la cosa llega a uno como caída del cielo
y se tiene siempre presente el peligro

no voy a resumir
veo carreteras saludando nuestra pequeña desgracia como a un         
                                                                                       /comienzo
y dejo a los tiempos seguir su curso, animados
permanezco en esta página convertida en camposanto
en cuna
y de pronto ya no importa y canto una alabanza en voz bajita
olvido el orden de los nacimientos me descalzo y otra vez miramos a los 
                                                                    /ojos y preparamos el vino
y empezamos la fiesta como pichones acosados de esperanza

Agenda: Ediciones del Citrino presenta


.  Arcanos Mayores, de Nancy Montemurro
Rebenque en flor, de Ana Iniesta.  
Presentación a cargo de Ediciones del Citrino.

Mañana, miércoles 19 de octubre, a las 19.
El Archibrazo, bar cultural, Mario Bravo 437. 

lunes, octubre 17, 2011

Juan Perón: 17 de octubre

"Recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos.": Juan Perón, 17 de octubre de 1945.


Laura Klein: Notas acerca de El cansancio de los hijos, de María Mascheroni


A continuación, transcribimos el texto de Laura Klein, leído en ocasión de la presentación del libro de poemas El cansancio de los hijos, de María Mascheroni (Hilos Editora, 2011)  www.facebook.com/pages/Hilos-Editora/133262183438317

"Muchos no han comenzado aún a ser lectores de este libro con el que se encuentran hoy aquí. Por eso, por ese solo motivo, quiero comenzar diciendo algo, una idea un poco obvia que tiene que ver con fantasías que el título puede despertar.
 El cansancio de los hijos no refiere a los padres. No se trata de hijos cansados de ser hijos, de hijos que quisieran emanciparse de esa condición o liberarse, directa o indirectamente, de sus padres, ni viceversa, sino de una expresión compacta.
“Cansancio de los hijos” no se puede descomponer en una sensación (espiritual o física, con extensión animal) y un sujeto humano universal. El lenguaje no nos deja decir todo junto, pero a veces, bajo la presión empeñosa de la escritura poética, permite avizorar una babilonia más orgánica que este gran caos de significaciones hacinadas una al lado de otra, exteriores entre sí, obligadas a precipitarse en explicaciones.
En Tiempo Cero, hay un cuento de Calvino donde los pájaros son un error en la evolución, una irrupción a destiempo, un lapsus en medio de la causalidad. Todo este libro bordea e investiga con perplejidad ese misterio de la vida que, al final del libro, encuentra su origen en un olvido, una distracción: “Los depredadores se olvidaron en la cima / un error de mecanismo suspende en picada el descenso… Así  fuimos despreciados / elegidos para no morir durante dos inviernos.”
El “cansancio de los hijos” menta la agitación silenciosa de las células que avanzan hacia su incierta culminación. Ese esfuerzo: “todo eso todo eso sólo para volver a comenzar / entre tumores y milagros / la inveterada la empeñosa vida”. Azorada, la voz confirma que seguimos vivos y que nada justifica ese error. Del cansancio al desconcierto. Las criaturas en las cuales no se ha apagado la voz de dios (el instinto) corren otra suerte –no más feliz sino menos aleatoria. Sin embargo, metódica, loca, insistentemente, esas criaturas son convocadas para comprender adónde ir cuando caen / comprender cómo caen a nuestros pies los pichones desde un principio “acosados de esperanza”.
Porque “Sólo los hombres permanecen inmóviles innumerables días con sus noches y quieren vivir” (pág. 24).  
Y quieren vivir.


2
Los animales han entrado a la literatura de diversas maneras.
En las fábulas de animales, los personajes tienen cuerpo de animal y conciencia humana. Puede ser una explicación mítica de la manera en que las cosas llegaron a ser como son. En el símil animal se describe su comportamiento considerado típico suyo y lo demás no interesa.  
El cansancio de los hijos no es un encuentro romántico con el animal. No es un encuentro. No son los pájaros, sino lo pájaro –el viaje, el cruce, el pasaje-: lo único que aparece de estos pájaros es morir. No son objeto de interés y afecto. Excepto por la observación de la agonía.
Los pájaros como cuerpo propio, en la agonía, de una vida que no se puede enterrar.
“El pájaro es una interrupción, otra la muerte”.


3
¿Cómo vuelan?  
“Pueden verse cientos miles de patas encogidas y de espaldas / surcar cada día la mañana” (pág. 51).
Vigilancia sobre el detalle de la vida. Vigilancia sobre el detalle de la vida que se apaga. De la vida que no se quiere apagar. De la vida indiferente a la mirada que vela.
Un árbol no construye sus ramas y hojas ni un pájaro sus plumas y pico. Empero, Mascheroni inquiere en esas lejanas formas de la vida para descubrir el mecanismo de la nuestra.
Y nunca se queda en la reflexión; con todo lo interesante que es, podría sacarle usura pero no; no es que se aburre, se va a observar para no descansar en lo humano. Porque el animal tiene que actuar, acecha la caída, la respiración, el corte de la vida, el no va más del pasto y la comida.

(¿Alguien vio alguna vez a un ser vivo tratando, inmóvil, de seguir viviendo?
Eso no se olvida. Queda al fondo del ojo como una espina para el futuro sobreviviente.
Seriedad del cuerpo enfermo.
Cada célula ocupada en sobrevivir.
Esto es lo que observa la hija –con curiosidad, meticulosa, expectante.
No huye. También el amor es crueldad.
¿Alguien observó cómo en ese cuerpo que intenta juntar sus células para seguir viviendo no hay tiempo para las convenciones?)

“Y las flores muestran su obligada manera de nacer”. Ciclos o naturaleza, cada cual obligado a  hacer lo único que sabe hacer, que puede hacer: envejecer, unos, florecer, otras.
Una y otra vez, María nos enfrenta, implacable, a la “zona que la cámara no capta”. La pared, la obstrucción, se alzó justo cuando empezaba a sonar “una aterrada canción de cuna”. En esa secuencia ínfima, puede condensarse el espíritu de El cansancio de los hijos. Ningún nudo se ata al cuello del dolor. Gritos no se arrastran ni presumen: deletrean g-r-i-t-o-.


4
Si no mueren en el cielo, el que surcan todas las mañanas, y no se encuentran sus cuerpos muertos en los adoquines ni en las veredas del alba, dónde sucede ese acontecimiento que en los seres queridos vigilamos al detalle y sin pudor?
Perdido el referente, árboles y pájaros suplen la falta de idea de cómo es -cómo vive y muere un hombre, los hombres:

“de tal palo pobres ramas”
“un árbol frenético, impotente, pide socorro con todas sus hojas”
“busco pájaro en cada cosa que muere”

¿Qué hace que encuentre a pájaro para enterrar a padre?


5
Antes de que aparecieran los pájaros, cuando sólo había pichones y gorriones y pobres ramas, había un nido de este lado. No de pájaros. Ni hecho por pájaros. “Y en el centro mero de ese nido / los ojos redondos como las bodas conectadas más acá de mi padre que mientras tanto / agoniza” (pág. 21).
Si un pájaro queda de espaldas podremos enterrarlo  / enterrar al padre y dejar una piedra en el camino / y avanzar hacia el producto numeroso de la tierra
Se entierra al pájaro como sustituto del padre. Pero en realidad el pájaro,  ya lo sabíamos, era uno mismo.


6
María Mascheroni nos empuja a los lectores, hijos, a observar a ese que a veces es llamado padre como a un ser aún vivo que se trata de reconocer. Nos conmina al esfuerzo de conocer aún aquello que quería abandonarse, y albergarlo en este refugio cruel de seguir, si no amando, el contacto. 
Reconocer: no porque vaya a coincidir con lo que conocíamos, sino como se ha de reconocer algo bajo juramento porque, desfigurado, no se sabe quién es.
Como un detective que persigue las pistas que ha dejado el criminal en su huída, así el ojo del poema detecta lugares donde hubo vida y ahora están vacíos, el cuerpo donde hubo alguien y ahora sólo vida, las partes donde el pájaro que muere se escondería si pudiese vivir un minuto más.  
Pero lejos de ser pistas falsas que desvían del camino, aquí las mismas nos devuelven al camino del que escribe. La “anatomía deshabitada” no levantó el juego. Por un lado, esos “tendones aferrados a los parietales del hombre” parecen indicarnos lo que del padre queda y, empeñoso, inmóvil, humano, quiere vivir. Por otro, la gramática del poema señala que ese es el lugar de los hijos, esas “costas ociosas huesos inútiles”. “Restos erectos”.
Los tendones siguen aferrados, los hijos no pueden abandonar el juego, los lectores encuentran, sobre cada declaración de pista falsa, que la investigación no es si algo o alguien está vivo o muerto sino sobre la propia mirada que quiere discernir lo que sabe que es indiscernible.


7
“Vigilia absorta”. Para qué estar despierto?
- “¿Cómo es esto?”
- Esto: qué?
- Esto: lo que puedo señalar con el dedo.
Esto, aquí, se mueve.
Esto, ahí, respira.
´Esto´ está muy cerca, más que ´eso´, mucho más que ´aquello´.
- Pero este ´esto´, que parece tan concreto, es tan abstracto…
- Ciertamente táctil.
Absolutamente bajo la vista, pero indiscernible.
De ninguna manera visible.
Ciertamente táctil, bajo cuerda.
….
- ¿Cómo es que la vida se extingue y la muerte no llega?
- ¿Cómo es que el riel del nacimiento tropieza con el malentendido de la edad?

La mano que escribe hace un rodeo fantasmal alrededor de la materia: cuando  parece que va a decir lo que siente, describe lo que ve. De lo cocido a lo crudo. “Casi lastimando”. Casi. Pero se bifurca en ojo, cámara, visión. Vigilancia de la respiración. Mirada inquisidora y un afecto desencarnado, un poco suelto. Si se respira o no respira, no busca provocar algo, ni especula, convoca un trabajo.
De la vigilancia muda a la vigilancia absorta.
            ¿Cómo es que el pájaro, padre en el entierro, sigue volando con las patas plegadas y el párpado encubierto / en el medio / entreabierto / abierto?
El mundo absorto deja pasar a la espía que precipita.


8
Del ojo que vigila los signos de la agonía a los ojos que se ven obligados a esconderse para sobrevivir, esa espía se convierte en un nosotros desamparado.
Una vigila los rastros del morir, el otro rastrea, a la intemperie que se abrió en la cueva, dónde, cuándo, cómo, despertamos del sueño a la muerte vigilada. Una acecha la visible próxima extinción de la vida, el otro es la primera persona que se retuerce sobre sí misma, plural y presente, para contar lo que vio, ya no el pan inalcanzable, sino su impropio desmoronamiento.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? la cosa es urgente, no porque así se vaya a evitar otros desastres –“hubo otros muertos, los habrá”- ni porque haya una confianza en aprender algo –la confianza está puesta claramente en otro lado- sino como un recurso momentáneo contra la confusión –esos otros pájaros que gritan en la noche y seguirán gritando “hasta que algo, algo encaje por favor”.


9
El animal que muere en el aire articula la evidencia cerrada de nuestro presente con una historia imposible de contar.
La mirada que persigue los signos de la vida se convierte en un nosotros infuso.  ¿Cómo vigilar la agonía cuando no es el cuerpo individual el que está en peligro? ¿Cómo observar la respiración enjundiosa del cuerpo social que no se aviene a morir ni a vivir? ¿Cómo mantener esa impiedad, sí, esa amorosa vista impiadosa, cuando el organismo agónico ya no es alguien, allá, muy querido, sino nosotros, aquí, orfanados por la historia que se cortó por la mitad, la que ahora no se puede contar?
Del yo al nosotros. De un año a treinta años. De lo humano a la espiral de las especies, se ubica el miedo animal, el mundo animal que nos contiene.
El pájaro de El cansancio de los hijos vuela pero no es libre. Surca el cielo pero no para alcanzar otras tierras –la primavera- sino para caer bajo el montículo escrito golpe a golpe. Se abraza a un madero ¡el pájaro! como si un mar fuera el cielo y lo atraviesa de espaldas, con las patas encogidas y las alas plegadas. En esta desaforada bóveda terrestre que cubre a una generación –la nuestra- ese pájaro no es metáfora de la libertad sino del violento después que no fue enterrado –esa muerte y esta imposibilidad de decirla.               
La primavera de todos modos llegará, porque no es cosa nuestra.


10
Esta escritura rastrea, en el ojo encapuchado, el ciego ímpetu de vivir.
Mirada que se adelanta sin dejar atrás lo mirado. Asombro de estar vivos. Asombro de estar vivos después de haber estado muertos.
El sobreviviente no pregunta, es la mano que escribe, el ojo que arroja el futuro en la flecha de un pájaro que vuela porque no sabe qué otra cosa hacer con las plumas.
Si lo supiera, escribiría  El cansancio de los hijos

sábado, octubre 15, 2011

Hilos Editora: Títulos y novedades

La editorial Hilos Editora es un nuevo sello de poesía.  Algunos de sus títulos  publicados son: Trilogías, de Patricia Guzmán (poeta venezolana); Nada escrito (María Julia de Ruschi), La plenitud (Claudia Masín) y El comienzo (Dolores Etchecopar), La familia china (María del Carmen Colombo).
La Editorial  está  trabajando en dos libros que saldrán muy pronto: La comedia de los panes, de Laura Klein, y El sistema defensivo de los muertos, de Diego Muzzio
La editorial está a cargo de las poetas María Mascheroni, María Julia de Ruschi y Dolores Etchecopar (dirección). 


Kafka, El jinete del cubo, y comentario de Calvino


"Todo el carbón se había consumido; vacío el cubo; la pala, sin objeto ya; la chimenea respirando frío; el cuarto lleno de soplo de la helada; ante la ventana, árboles rígidos de escarcha; el cielo, un estuche de plata vuelto hacia aquel que le pida ayuda. Necesito carbón; no debo congelarme; detrás de mí la chimenea inhospitalaria, ante mí, el cielo igualmente despiadado: deberé cabalgar entre ambos y en medio de ambos pedir ayuda al carbonero. Pero ante mis súplicas habituales él se ha endurecido ya; debo probarle exactamente que no me queda ni el más leve polvillo de carbón y que, por lo tanto, él es para mí como el sol de los cielos. Debo actuar como el mendigo hambriento que decide expirar en el umbral de la puerta y a quien, por eso, la cocinera de los señores se decide a dar el poso del último café; así también, furioso, pero a la luz del mandamiento "no matarás", el carbonero tendrá que echarme una palada en el cubo.

Mi ascensión lo va a decidir; por eso voy hacia allí montado en el cubo. Jinete del cubo, y puesta la mano en el asa, riendas harto sencillas, desciendo penosamente la escalera; pero una vez abajo, mi cubo asciende; ¡magnífico!, ¡magnífico!; los camellos echados en tierra no se levantan sacudiéndose con más belleza bajo el palo del guía. Marchamos al trote por la callejuela helada; con frecuencia me veo alzado hasta el primer piso; nunca llego a descender hasta la puerta de la calle. Ante el abovedado sótano del carbonero floto a extraordinaria altura, en tanto él, allá abajo, escribe, encogido ante su mesita; para dar paso al calor excesivo ha abierto la puerta.

—¡Carbonero! —grito, con voz hueca, quemada por el frío y oculto por las nubes de mi aliento lleno de humo—, por favor, carbonero, dame un poco de carbón. Mi cubo está vacío, ya no puedo cabalgar sobre él. Sé bueno. Tan pronto pueda, te pagaré.

El carbonero se lleva la mano al oído.

— ¿Oigo bien? —pregunta por sobre el hombro a su mujer, que teje sentada en el banco de la chimenea—, ¿oigo bien? Un cliente.

—No oigo nada —dice la mujer, respirando con tranquilidad por encima de las agujas de tejer, con un agradable calor en la espalda.

— ¡Oh, sí! —exclamó—. Soy yo; un viejo cliente; un seguro servidor; sólo que momentáneamente sin medios.

—Mujer —dice el carbonero-, ahí hay alguien, hay alguien; no puedo equivocarme hasta ese extremo; tiene que ser un cliente antiguo, muy antiguo, para que así me hable al corazón.

—¿Qué te pasa hombre? —dice la mujer, y aprieta su labor contra el pecho, descansando por un instante—. No hay nadie, la calle está vacía y toda nuestra clientela está ya servida; podemos cerrar el negocio por unos días y descansar.


—Pero yo estoy aquí, sobre el cubo —grito, e insensibles lágrimas de frío velan mis ojos—. Por favor, aquí arriba; me veréis en seguida; tan sólo una palada; y si me dierais dos, me haríais más que feliz. Toda la clientela está ya provista. ¡Ah, si pudiera oírlo sonar ya en el cubo.!


—Voy —dice el carbonero, y quiere subir la escalera con sus cortas piernas, pero la mujer está ya junto a él, le coge por el brazo y dice:

—Tú te quedas. Si no desistes de tu testarudez, seré yo quien suba. Acuérdate de tu tos. Pero por un negocio, aunque sólo sea imaginario, olvidas mujer e hijo y sacrificas tus pulmones. Iré yo.

—Entonces dile todas las clases que hay en depósito; yo te cantaré los precios.

—Bueno —dice la mujer, y sube hacia la calle. Como es natural, me ve en seguida.

--Señora carbonera —exclamo—, la saludo; sólo una palada de carbón; aquí, en seguida, en el cubo; yo mismo lo llevaré a casa; una palada del peor. La pagaré toda, claro está, pero no ahora, no ahora.

¡Qué tañido de campanas son esas dos palabras, "no ahora", y que turbadora para los sentidos que se mezclan al toque del reloj que precisamente me llega desde la cercana torre de la iglesia!

--¿Qué es, pues, lo que quiere? -exclama el carbonero.

—Nada —le replica la mujer—, no hay nadie; no veo nada, no oigo nada; sólo están dando las seis y nosotros cerramos. Hace un frío terrible; es probable que mañana tengamos mucho trabajo aún.

No ve nada, no oye nada, y sin embargo, suelta la cinta de su delantal y procura alejarme con él. Por desgracia lo consigue. Mi cubo tiene todas las desventajas de un animal de silla; carece de fuerzas para resistir; es demasiado liviano; un delantal de mujer obliga a sus patas a dejar el suelo.

—¡Mala mujer! —grito aún, mientras ella, volviéndose hacia el negocio, entre despreciativa y satisfecha, hace un gesto en el aire con la mano-. ¡Mala! Te pedí una palada del peor y no me la has dado.

Y con ello me elevo a las regiones de los pinos helados y me pierdo de vista para siempre."

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Ítalo Calvino: El jinete del cubo o la búsqueda de la levedad como reacción al pesodel vivir


"(...) Quisiera terminar esta conferencia recordando un cuento de Kafka, "El jinete del cubo" (Der Kübelreiter). Es un breve relato en primera persona, escrito en 1917, y su punto de partida es evidentemente una situación muy real de aquel invierno de guerra, el más terrible para el Imperio austríaco: la falta de carbón. El narrador sale con el cubo vacío en busca de carbón para la estufa. Por la calle el cubo le sirve de caballo, llega a izarlo a la altura de los primeros pisos y lo transporta meciéndolo como en la grupa de un camello. La carbonería es subterránea y el jinete del cubo está demasiado alto; trata de hacerse oír por el hombre, que está dispuesto a satisfacerle, mientras que la mujer no lo quiere escuchar. El jinete le suplica que le dé una paletada del carbón de la peor calidad, aunque no pueda pagarle en seguida. La mujer del carbonero se desata el mandil y ahuyenta al intruso como si espantara una mosca. El cubo es tan liviano que sale volando con el jinete hasta perderse más allá de las Montañas de Hielo. Muchos de los cuentos de Kafka son misteriosos y éste lo es especialmente. Tal vez Kafka sólo quería contarnos que salir en busca de un poco de carbón, una fría noche en tiempos de guerra, se transforma, con el simple balanceo del cubo vacío, en quete de jinete errante, travesía de caravanas en el desierto, vuelo mágico. Pero la idea de este cubo vacío que te levanta por encima del nivel donde se encuentra la ayuda y también el egoísmo de los demás, el cubo vacío signo de privación, de deseo, de búsqueda, que te levanta hasta el punto de que tu humilde plegaria ya no puede ser escuchada, abre el camino a reflexiones sin fin. (…)."

*Véase Seis propuestas para el próximo milenio, Ed. Siruela, 1989.