sábado, diciembre 27, 2008

Susana Villalba: Antes de que amanezca*

Que diga azul y se alce como un potro un día de oro, espléndido que diga y sienta el corazón a pleno, al mediodía arde por nada, porque el verano o sea que cuando diga sombra sea agua entre las piedras de otro pueblo. Que aun en ruinas se hace oír por el silencio en que nos sume lo distinto, serpientes se escurren en el viento, la arena silbe como fue la eternidad alguna vez pintada con alheña indeleble. Sobre pueblos levantados sobre pueblos sobre cenizas de un volcán. El pasto crece ahora sobre cimientos de lo que fue una habitación, ¿se hacía el amor del mismo modo? ¿qué se decía antes? ¿después? Que diga ahora y haya ahora un cuerpo en mí y que lo que quede en mí comprenda que es sólo una siesta lo que dura el armisticio, se enfrentan, se temen tanto como se fascinan. Detrás de su mirada cada uno sea arrebatado por eso que no es uno de los dos, algo tan físico, palpable como lava diluye ese intangible saber de sí que los separa. Que diga mañana y sea mañana cuando piense, cuando diga qué hacer con esa siesta que queme hasta dejar su marca. Piel de culebra ahora se funde con la arena, testigo de los cambios, pueblos que amaron sin pensar que dios fuera más lejos que un dios, camino de la savia en el árbol no necesita una salida para andar. Que recorra una espalda sin leerla, que se queme al tocar y al despertar no haya cenizas, que encuentre ceniceros, vasos (dos) debajo de la cama y piense que todo ha sido un sueño. No un blockout, no por remordimiento ni por idea alguna sobre sí o no o sea el amor un encabritamiento, una raza de sol en cruza con espléndido caballo y corazones de cenizas. Que vista de jaeces o desnude un ángulo de sombra en almenares, a través de los vitraux, que ascienda eternamente sin llegar como pirámide que trunca es un remedo de infinito. Que cambie de lugar sin que se note, como el día. Como serpiente azul entre maleza vuelta azul de tanto verde. Que diga estoy como decir sin patas ni cabeza en otro sitio que la arena caliente, ese calor sienta detrás de la mirada, el sol bajo los párpados cerrados sea como si sombra fuera un remanente de la luz. Astillas de color en los brillitos de las piedras.Que sepa de pronto que no está donde supone. Que mire alrededor y se vea en pleno centro, en La Academia, en un invierno. Calor por el calor de las dicroicas, el humo, las estufas, los billares entrechocan como base percutiva en esa música de voces, vasos, registradora y esa locomotora cada vez que hacen café. Cada minuto. Al abrirse la puerta un tronar de colectivos y escapes de las motos, afuera es otra noche igual pero distinta. Que ahora diga noche, es de noche, es ahora. Se mira. Tiene un pulóver Ruta 66 que no recuerda haber comprado, un hombre lo olvidó en su casa, ella olvidó al hombre, el cuerpo olvida el abrigo que lleva, ella le regaló un reloj azul, él mira la hora que es ahora sin recordarla, el reloj tiene una lucecita como agua, como la hora bajo el agua, peces, destellos de color. Mi padre me regaló una casa que no es mi padre, es mi casa. Ahora, crezco en esa habitación que se levanta sobre el polvo que es él. Que confunda los ojos abiertos de los muertos con vidrios en la playa. Botellas, tazas, cigarrillos, la mesa crece, se suma gente, la noche crece, el color es estridente, rojo de La Continental, turquesa y fucsia de la tele, de pulóveres. Que diga piel y ascienda olor a tilos, a durazno, morderlo sea en la boca decir verano como agua, como la fruta cae en el barro, brisa dulce a través de la ventana, la luna como el cuerpo en su estado de agua quieta electrizada, fuego frío que es ninguno de los dos sino dos en espera de otra noche. Otro verano. Esa moto que se escucha ahora va hacia el mar. O no. El mar siempre está ahí, yendo y viniendo. Que me sumerja y sea cálido, peces de colores a través del visor. El agua guarda las esencias, murmullos del naufragio, la culebra de mar entre platos de bronce, arcones, de las banderas queda el musgo, enredaderas de agua entre hilachas de jarcias, un pueblo que no llegó a la tierra prometida. Sumergido, uno mira su reloj, prende una lucecita que coloca sobre un libro, en otra mesa se juega a los dados, tantos hablan que no escucho a nadie. Miro como a través de agua, afuera crece una bruma sin que se vea río alguno que la exhale, enciendo el walkman. Una noche se intoxicó y perdió todo menos la llave en el puño cerrado como piedra. Cuido mi casa como un centro de mí que siempre está, yendo y viniendo. Ahora estoy aquí, en el café. Ahora no estoy.Que diga azul y sea ese momento de la tarde casi noche, el ladrido de los perros, el olor de una humedad que será bruma en la mañana, las puertas que comienzan a cerrarse, un alboroto de pájaros antes de acurrucarse y ceder a signos de la noche. Ahora es Clapton, ahora abro la puerta, camino entre la bruma, necesito creer que existe un río, en realidad existe, una cúpula iluminada se levanta sobre una ciudad difuminada y casi a oscuras. Ese hombre, otro, le dijo vuelvo de París. Ella llamó a París para saber a qué hora de Buenos Aires. El le regaló una medalla de Notre Dame que ella olvidó después junto al reloj azul de otro, el del pulóver Ruta 66 se la devolvió para que otra no la encontrara en su mesa de luz. Una sola rama, desnuda, asoma sobre un farol, iluminada parece que saliera del vacío, como un rayo. Escribe un mail a España y le dicen que aquí es ahora verano tía. Escribe a Mendoza y le dicen que están bloqueados por la nieve. Llamó a París pero él estaba en Notre Dame y no permitían celulares. Ahora, más tarde, no hay el estruendo de colectivos ni colectivos ni taxis ni persona alguna en la niebla, da vueltas como pantera atrapada en un claro demasiado extenso, como un loco que creyera vivir en una gran ciudad espera un auto en medio de la nada. Quiere fumar, quiere ver el vapor a través de su ventana. Después, antes, el de París ya estaba en Buenos Aires, los dos se recuerdan pero no se acuerdan, ¿o viceversa?, se olvidan de llamarse. De noche parece grave, de día no.Pero es el amanecer, es el aire, la bruma es violeta, nubes bajas parecen edificios reflejos de otros de concreto. En todas partes amanece aunque no ahora, cuando el cuerpo se levanta, cuando la voz se acomoda a un lenguaje que es distinto hasta en el sueño. Aunque no haya dormido une las manos en la frente. Que en su saludo al sol se alce un verano azul, que brille la arena como un oro animal, sea la piel de piedra molida y de calor, el mar surja de pronto como un día que hasta ahora no había sido y siempre es. Que pase lo que pase el viento y sea el sol que gire en torno, es decir sombra sea entrar en el mar. Con un snorkel, la música del fondo tiene un tiempo diferente, el tiempo de los cuerpos en la siesta, en la penumbra de un hotel de verano. De noche se está en una o en el otro. De día, en la arena se está fuera de sí porque es afuera donde siente. Pensamiento que la astilla, destellos en las piedras. Que sea como distancia un día del siguiente. Que si dos cuerpos, se separen como el día se levanta de la noche. Que se encuentren como una noche que no ha sido todavía. Que diga calor y en el calor no encuentre qué decir. Ni qué callar.
Bar La Academia, Callao entre Corrientes y Sarmiento
*De su libro Plegarias.

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